En la Ciudad de Parral, de la Región del Maule, un grupo de niños y niñas caminan a diario alrededor de cinco kilómetros para llegar a la escuela. Entre ellos/as estaba una pequeña María Angélica Vallejos Recabarren, quien nunca sintió aquella distancia porque disfrutaba mucho de la compañía de sus pares en las caminatas. “El camino se hacía corto porque éramos felices”, decía.
Desde que nació el 3 de agosto de 1952, estuvo en Parral, pero al cumplir 13 años llegó el momento de migrar para seguir sus estudios de Educación Básica. Se despidió de Marta, su madre, viajó a Santiago y llegó a la casa de Alicia, una conocida del marido de su tía quien se convertiría en su familia, amiga, hermana, comadre y apoyo.
Alicia trabajaba en el carro afuera del Liceo Experimental Manuel de Salas y de inmediato María comenzó a apoyarla. Vendían dulces, además de manzanas y maní confitado que hacían en la casa la noche anterior. Poco a poco comenzó a conocerse la “Mary” en la comunidad del LMS, a hacerse parte de ella y a llenar de dulzura familiar la entrada del espacio educativo.
Si bien venía a estudiar prefirió trabajar, pero cuando el Liceo comenzó a realizar jornadas nocturnas con los mismos Docentes del día, no dudó en entrar a sacar Séptimo y Octavo Básico. Ahí demostró su inmensa capacidad, particularmente en matemática. “Me salían a felicitar afuera a mí, porque tenía una hija muy inteligente”, dice Alicia, “a todos les decía que sí, aunque no fuera mi hija… con el tiempo después decían que era mi hermana”, recordó entre una nostálgica y pequeña risa.
En esta experiencia como estudiante manuelsalina conoció a profesores que recordó con cariño hasta sus últimos días, como César Wilson, Syra Smith y Aída Sivilla. Pero llegó el golpe cívico militar de 1973, el régimen intervino el LMS y, entre otras cosas, cerró la escuela nocturna. Con esto Mary tuvo que terminar su Enseñanza Básica en el Liceo 7 de la Plaza Ñuñoa.
En 1996, por una gestión del Centro de Madres y Padres de la época, Alicia consiguió el kiosko que el LMS tiene dentro. Con esto Mary quedó como ama y señora de la entrada al Liceo, en el carro verde invierno y verano, siempre con mucha mercadería y una banca para recibir a sus visitantes como su hermana Norma, sus amigas Berta, Nuri y Cecilia (con las que luego iba al Golden Music) o aquellos ex estudiantes que detenían el auto solo darle un beso y un abrazo. Siempre estuvo acompañada, todos los días hasta que nos dejó, hace un año en un día como hoy. “El colegio era su vida” dice su ahijada Pilar, hija de Alicia.
Mary era una persona experta en “regalonear” a las y los suyos. Estaba muy presente, escuchaba, daba consejos y siempre que llegaba a la casa se bajaba del auto de algún apoderado/a que la iba a dejar y traía sagradamente dos bolsas. En ellas, regalos, cosas para la casa y comida.
Era 2020 y se acercaba el día de la Madre. La Mary estaba decaída, pero todos los años en esa fecha le venía un resfrío, por lo que no le dio mayor relevancia (además no era muy amiga de cuidar su salud). Con todas sus fuerzas se levantó, le pidió a su sobrino Guido que fuera al supermercado porque quería hacer un almuerzo para festejar a Alicia. Puso manos a la obra, porque era muy buena y creativa en la cocina, e hizo un costillar picante al horno y papas duquesa (¡la Mary amaba el picante!).
Sirvió la mesa diciendo lo de siempre: “que no se note pobreza”. Le gustaba la abundancia y hacer comida de más para estar preparada por si alguien llegaba a la casa, para que se sintiera a gusto.
Faltaban pocos días para su partida y llevaba un tiempo mostrando señales. La diabetes, la hipertensión y sobre todo la lejanía con su querido Manuel de Salas desde el estallido social, “la fue apagando”, dijo Pilar.
Ese domingo se sentía muy mal de salud. Estaban en la mesa, ella sentada en el lugar de siempre, mira por la ventana y se pone a reír:
-¿De qué te ríes?-, le preguntó Alicia que estaba a su lado apoyada en la mesa.
-Allá, en el naranjo, hay un angelito que me mira y se ríe, míralo bien-, respondió Mary.
“Debe haber sido un angelito que la venía buscar”, reflexiona Alicia.
Una mujer muy romántica, fan de Leonardo Fabio y Salvatore Adamo, pero su gran ídolo fue José Alfredo Fuentes. En su adolescencia en la capital, la Mary fue una fiel “calcetinera” del “Pollo”. Los póster y la colección de la revista Ritmo no eran suficientes, si era necesario ella iba a pie a esperarlo al aeropuerto con plumeros amarillos o rebuscaba la manera de conseguir una entrada a sus presentaciones en el Teatro Caupolicán.
Pasaron los años y conoció a Luis, un trabajador de la construcción que se desarrollaba en la esquina de su casa. Comenzaron a pololear, pero él era de San Bernardo y viajaba todos los días muy tarde de regreso.
A Alicia eso no le parecía bien, le decía a Mary: “Si asaltan al Lucho nos vamos a enterar mañana y nosotras acá jugando al naipe y riéndonos”. Ya llevaban siete años en pareja y para solucionar ese dilema, Alicia fue a pedirles una hora para casarse. Se casó, pero no quiso irse del sitio en el que convivía con Alicia, así que se hicieron una casa de madera en la fueron felices por otros siete años.
Si bien su familia era donde ella depositó su gran amor, había dos integrantes particulares que le robaban el corazón: Copito y Mili (de milagro). Sus dos perritos que la acompañaron en las últimas décadas, a quienes les entregó todo el regaloneo que solo ella podía dar. “Al almuerzo les compraba un pollo asado aparte para ellos”, Alicia recuerda con gracia. A Copito le terminó dando comida con cuchara hasta que él falleció y Mili, sigue esperando su regreso y acomodándose en su cama, seguro para sentirla cerca.
Pero María Vallejos era una mujer con un corazón tan grande que cabían más amor para repartir, tal como lo hizo con cada una de las más de 50 generaciones que acompañó en el LMS. “Yo los veo a todos iguales, no hay uno más o menos para mi. Les quiero mucho y ellos me quieren”, decía.
“Ella fue muy feliz”, dice Alicia, y eso nos reconforta en esta distancia con quizás qué dimensiones, que no quisiéramos tener. María, eres nuestra historia, nos llenaste de humanidad y nos recordaste todos los días al llegar a la puerta principal, que a esta Comunidad la hacen personas con nombre, anhelos, miedos y alegrías. Fuiste un regalo para un Liceo que busca en su día a día ser como tú, fuerte, con convicciones claras, respetuoso, y a la vez sensible y activo con el sentir del otro/a y con una valiosa memoria para siempre avanzar.
Te extrañaremos y recordaremos por siempre.