El ciberacoso es una forma de violencia que ocurre en espacios digitales y puede manifestarse a través de mensajes agresivos, burlas, difusión de rumores, exposición de información privada sin consentimiento, entre otras acciones que buscan dañar a otra persona. A diferencia del acoso presencial, en el entorno digital el daño puede amplificarse por la rapidez con la que se difunden los contenidos y la sensación de anonimato que tienen quienes agreden.
En Chile, datos de la INJUV muestran que un 34% de estudiantes entre 7° básico y 4° medio declara haber sido molestado/a online u offline, y un 36,8% reconoce haber molestado a alguien en estos espacios. Más del 40% de quienes ejercieron esta violencia dicen haberlo hecho por aburrimiento. Esto nos invita a reflexionar: ¿cómo hemos llegado a un punto donde el maltrato es visto como entretenimiento?
Las redes sociales han transformado la manera en que nos relacionamos, generando tanto oportunidades como riesgos. Nos permiten comunicarnos de forma inmediata, pero también han normalizado dinámicas de exposición, juicio y humillación pública. Si bien es fácil culpar solo a las plataformas o a quienes participan en ellas, el problema es más profundo: el ciberacoso es un reflejo de cómo nos enseñamos a convivir, de los valores que promovemos y de las prácticas que toleramos en nuestras comunidades.
Es urgente que dejemos de ver el ciberacoso como una “consecuencia inevitable” del uso de redes sociales y empecemos a construir espacios digitales donde el respeto y el cuidado mutuo sean la base. La convivencia educativa no solo ocurre en las salas de clases, sino también en los espacios virtuales que compartimos. Por ello, prevenir el ciberacoso no se trata únicamente de imponer normas o sanciones, sino de generar una cultura de diálogo y responsabilidad colectiva.
Desde este enfoque, proponemos algunas acciones concretas que podemos tomar como comunidad:
• Conversar en familia y en la escuela sobre cómo nos relacionamos en el mundo digital, promoviendo una mirada crítica sobre el contenido que consumimos y compartimos.
• Fomentar el pensamiento reflexivo antes de publicar: ¿esto aporta? ¿Es respetuoso? ¿Cómo se sentiría la otra persona al leerlo?
• Construir acuerdos en los cursos sobre el uso responsable de redes sociales, diseñados y discutidos por los propios estudiantes.
• Generar espacios de diálogo donde se analicen casos reales y se busquen soluciones colectivas.
• Denunciar el ciberacoso en redes y en la comunidad escolar, entendiendo que el silencio refuerza la impunidad.
Fomentar la empatía en el mundo digital es tan importante como en el mundo físico. Cada uno de nosotr@s puede contribuir a este cambio. Como comunidad, tenemos la oportunidad de construir junt@s espacios más seguros y respetuosos, donde la tecnología sea una herramienta para el encuentro y el aprendizaje compartido, fortaleciendo los lazos que nos unen.